Publicado el 4 de febrero de 2014 por la Dra. Judith J. Wurtman en «The Antidepressant Diet».
Conocida como “la gordinflona” por mis compañeros de segundo de primaria, he sido testigo del estigma social de ser una de las más obesas (mi madre prefería “regordeta”) de mi clase. Afortunadamente, los kilos empezaron a desaparecer pocos años después y, al contrario de lo que anuncian las predicciones hoy en día, que indican que los niños obesos también de adultos sufren de obesidad, yo he pasado por mi etapa adulta con un peso normal. La buena y la mala noticia es que, actualmente, ser regordete ya no te convierte en alguien al margen, sino uno más de la pandilla.
Existe una gran preocupación por parte del Estado por el rápido aumento del índice de obesos entre la población más joven de la sociedad. Este incremento ha conducido a la implantación de diferentes medidas de prevención, tales como cambios en los menús escolares y en el contenido de las máquinas expendedoras de escuelas e institutos. Desafortunadamente, estas mejoras en el ámbito nutricional no se aplican en los locales de comida rápida o en los supermercados, de modo que podemos ver a los niños que cuentan con algo de dinero y pueden salir de casa solos comprando comida con alto contenido en grasa, tentempiés o refrescos a los cuales ya no tienen acceso en la escuela. De hecho, he visto una tienda próxima a la parada de metro, donde se encuentra un instituto, establecer un eficaz y solicitado negocio de doritos y coca cola, el desayuno preferido de los estudiantes de camino a clase.
La razón primordial del aumento de peso puede parecer ser la ingesta excesiva de calorías por parte de la población más joven. De hecho, recuerdo que de la cantidad de pasteles de crema al café, tartas de arándanos y galletas de crema de cacahuetes caseros son los que provocaron mi peculiar forma de andar a los 7 años. Sin embargo, el aumento significativo de peso entre los más jóvenes también puede ser consecuencia de la disminución de actividad física durante las dos últimas décadas. Posiblemente, ir a la escuela andando, correr en el patio durante el recreo, montar en bicicleta, saltar a la comba, patinar, hacer trineo y chutar una pelota en el jardín de casa de un amigo pueda estar en la actualidad tan pasado de moda como las películas en blanco y negro. ¿En qué momento se ha perdido el placer de ir a jugar a la calle?
Actualmente lo que los niños hacen es ejercitar sus dedos jugueteando con una pantalla táctil. Los llevamos al colegio en coche o el autobús escolar se encarga de hacerlo y después están tan cargados de deberes, actividades extraescolares o trabajo, que apenas les queda tiempo libre. Incluso algo tan corriente como podría ser jugar en un equipo al fútbol fuera del horario escolar, parece estar perdiendo adeptos. Un reciente artículo publicado en el Wall Street Journal explica que, en la mayoría de lugares, la participación en los equipos deportivos tales como el fútbol americano, el fútbol, el baloncesto o el béisbol ha disminuido; y esta disminución se puede observar tanto entre los alumnos de primaria como entre los estudiantes más mayores. Se desconocen las causas de este cambio, aunque pueden estar relacionadas con la incapacidad de las escuelas de pagar al personal necesario para realizar este tipo de actividades y/o a la dificultad de los padres para comprar el material necesario para la práctica del juego o para llevar a los niños. Sin embargo, el resultado es claro, la actividad física es menor.
Está claro que nadie estaría de acuerdo en volver a la época donde los niños de 8 o 9 años se veían forzados a trabajar; niños delgados sometidos a largas horas de trabajo o que realizaban duras tareas, además de no estar alimentados correctamente. De hecho, uno de los errores más conocidos cometidos por el famoso programa estadounidense Dowtown Abbey, fue mostrar la figura esbelta de unos jóvenes sirvientes que parecían vivir en la cocina. Chicos y chicas que empezaban a trabajar a la edad de 13 o 14 años, explotados mediante jornadas laborales de 16 a 18 horas diarias y haciendo lo que hoy consideramos como trabajo forzoso, además de estar mal alimentados y mal nutridos.
¿Cuándo vamos a empezar a tomarnos en serio los efectos nocivos del escaso tiempo dedicado a moverse de que disfruta nuestra población más joven? Si, como parece que es el caso, la obesidad en la niñez predispone al individuo a ser obeso en su vida adulta, ¿podemos continuar ignorando el problema? Tomarse tiempo para realizar actividades físicas en el día a día es la solución obvia, pero, todavía no parece existir una gran conciencia al respecto. ¿Cuándo y dónde van a realizar ejercicio físico los niños? ¿Dónde podrá el niño que va a la escuela en el centro de la ciudad jugar a la pelota y dónde podrá un niño que vive en los suburbios llenos de tráfico pesado montar en bicicleta? Los niños deben subirse inmediatamente en el autobús escolar que viene a buscarles; no pueden quedarse a jugar en el patio de la escuela.
Es más, ¿qué va a tener más efecto sobre la vida de nuestros hijos? ¿recordar las tablas de multiplicar y las capitales del mundo, o mantener un peso saludable y un estilo de vida sano? No estoy sugiriendo que los niños dejen de ir a la escuela para jugar más al fútbol o montar en trineo. Sin embargo, no podemos quedarnos de brazos cruzados frente al problema de sobrepeso de nuestros hijos y seguir quejándonos por su repercusión en la salud futura de nuestros niños si luego no estamos dispuestos a hacer algo al respecto.
Traducido por Lidia Sancho. Revisión Adrián Pérez Montes.
Artículo original: http://www.psychologytoday.com/blog/the-antidepressant-diet/201402/if-kids-played-more-would-they-be-less-fat
Deja una respuesta