Esta redacción tiene como objetivo sugerir una panorámica general sobre la traducción, pero intentando hacerlo desde un enfoque más personal en lugar de técnico como muchas veces ocurre. El contenido de este trabajo es el resultado de la experiencia madurada durante mi carrera universitaria y las breves pero preciosas ocasiones de trabajo y de aplicación práctica de la materia en examen, o sea la traducción.
Esta redacción ha sido pensada para concentrarse en primer lugar sobre las características generales de la traducción, de forma que también un público menos experto pueda comprender el significado y para reflexionar después sobre algunos aspectos de la traducción que podrían resultar interesantes dado que permiten ver desde más cerca cual es la actividad cotidiana de un traductor, cómo desarrolla su trabajo y cuáles son los diferentes tipos de traducciones a las que puede enfrentarse. Para concluir algunas consideraciones personales sobre lo que hace que una traducción sea buena o mala y que un traductor sea bueno o menos bueno.
Definición y tipos
En general se puede definir la traducción como la transposición de un texto de una lengua distinta de la que ha sido empleada para concebir y escribir el texto original. Se suele hablar de «texto de llegada» o «texto original / proto-texto» y «traducción / meta-texto». La traducción conlleva en sí misma la interpretación del sentido de un texto y la consiguiente producción de un texto nuevo, equivalente al de origen pero en otro idioma. De hecho es una transposición escrita de conceptos desde una lengua hacia otra.
El traductor quiere transferir el texto de la lengua de partida a la lengua de llegada, eso sí, haciéndolo de manera que tanto el sentido como el estilo de la escritura se mantengan sin cambios. Si tenemos en cuenta las diferencias entre las lenguas, a menudo resulta difícil preservar ambas. El traductor se siente así obligado a tomar decisiones que varían en función de la naturaleza del texto y de los objetivos que la traducción entiende perseguir. Por lo general se pueden distinguir las siguientes tipologías en traducción:
– traducción divulgativa, consiste en la traducción de textos de carácter divulgativo, como pueden ser los textos periodísticos y las noticias;
– traducción literaria, traducción de textos literarios, ya sean prosa, poesía, etc.;
– traducción científica, se dedica a los textos sanitarios y científicos;
– traducción técnica, aquella dedicada a textos de materia técnica, como puede ser la ingeniería, automoción o informática.
– traducción jurídica, se refiere al ámbito jurídico-legal. Es diferente de la traducción jurada;
– traducción económica, consiste en traducir textos de temática financiera;
– traducción jurada, traducción oficial de títulos, documentos, certificados, etc. que requieren una validez legal. Este tipo de traducción sólo la pueden realizar traductores acreditados para ello.
Por tanto, es fundamental entender ante qué tipo de traducción nos encontramos. Está claro que un manual técnico dejará menos espacio a la interpretación del traductor, mientras que un texto literario dejará más espacio a la interpretación personal del traductor. El arte de traducir no incluye solo la lengua, sino también un gran abanico de aspectos culturales e intelectuales que forman parte de la vida cotidiana de las personas que hablan aquella lengua y la tienen como lengua materna. Desde la gastronomía hasta la literatura, pasando por el sistema escolar, la religión y la historia, todos estos conocimientos son tan fundamentales para el traductor como los conocimientos lingüísticos.
La traducción tiene que contemplar todas estas características y normas culturales que regulan la vida en las dos culturas que se encuentran en el proceso de traducción. Se precisa así un conocimiento pormenorizado de las costumbres y tradiciones de ambos países para llevar a cabo una traducción que sea buena, que consiga mantener el sentido principal del texto sin olvidar el público a quien está dirigido.
En este sentido el traductor es un autor, un escritor que no empieza a escribir desde cero, sino a partir de un texto escrito en una lengua que él tiene que trasladar a un idioma distinto, adaptándolo al mismo tiempo. El traductor no solo tiene que transferir el aspecto léxico y sintáctico, de hecho, un conjunto de palabras, aunque bien construidas a nivel sintáctico no es suficiente, resulta poco comprensible y carecerá de aquel «algo» que todo buen traductor tiene que conferir al texto.
Se podría decir que traducir equivale a «decir casi lo mismo». Todo esto para conseguir un objetivo bien definido: «decir casi lo mismo» de manera que el lector entienda, lo más claro y eficaz posible, lo que el texto original quería expresar. El lector no conoce la versión original, y no tiene que conocerla, pero es importante que entienda el texto que tiene delante. El objetivo es la comunicación eficaz.
El dilema del traductor
«Interpretar» un significado puede tener un resultado muy variado, dado que un significado puede tener muchas interpretaciones. Esto nos hace reflexionar sobre cómo podría traducirse de manera exacta una cosa de una lengua a otra dado que una frase o unas palabras pueden ser interpretadas de distintas formas. Entonces, ¿cómo debe interpretar el traductor? Seguramente de muchas formas, pero ¿cuál es la correcta?
Por ejemplo, cuando el autor del texto decide emplear rimas o figuras literarias de distinta naturaleza, la traducción se convierte en algo complicado. Se puede encontrar una solución a este problema, o por lo menos se puede intentar, buscando un equilibrio entre las dos principales necesidades, por un lado el respeto a la forma lingüística que caracterizan el texto, por otro lado el respeto a sus contenidos.
En algunos casos, sin embargo, conseguir un compromiso satisfactorio entre las dos propiedades es simplemente imposible, dado que el respeto a la estructura formal del texto genera en la traducción contenidos totalmente distintos y, por el otro lado, el respeto a los contenidos hace muy difícil el respeto de la estructura formal.
En estos casos no es incorrecto hablar de «intraducibilidad». Existen palabras en otros idiomas que no tienen un correspondiente unívoco en el nuestro, y para traducirlas necesitan una frase completa. A veces se trata de frases sencillas, otras veces son demasiadas complejas e introducen sensaciones o sentimientos bastante subjetivos. El idioma, de hecho, es el reflejo de cómo la gente perteneciente a una cultura distinta entiende el mundo que la rodea.
El hecho de que un texto traducido tenga que mantenerse fiel al sentido del texto original, sin por ello comprometer las normas lingüísticas propias de la lengua de llegada, es un principio clave de la traducción, más o menos compartido por todo el mundo. A partir de este principio se basan o tendrían que basarse todas las consideraciones del traductor y las técnicas de traducción que él elige. De todas formas esto no siempre es posible o por lo menos fácil, como puede parecer. De hecho, muchas veces es el autor del texto original el que complica el trabajo del traductor.
Al autor de un texto que no es literario le mueve la voluntad (a veces también la necesidad) de comunicar algo. Para desarrollar su trabajo siempre está condicionado por razonamientos lingüísticos que lo inducen a intentar atenerse de manera más o menos estricta a lo que se considera normalmente correcto. Al autor de un texto literario también le mueve la voluntad o en ciertos casos la necesidad de comunicar algo. La diferencia con respecto al primero es que, aunque sigua las normas lingüísticas, intenta plegar la lengua a su voluntad, intentando todo para conseguir una cierta originalidad de estilo y produciendo algunas veces un resultado que no es siempre del todo ortodoxo.
En resumen, el objetivo del autor de un texto sin aspiraciones literarias es simplemente transmitir un mensaje, comunicar algo. El autor literario, al contrario, aunque tenga siempre el mismo fin comunicativo intenta alcanzar su objetivo a través de un camino totalmente distinto. Es fácil imaginar cuáles son los diferentes efectos que estas elecciones pueden tener en el resultado final de la traducción.
En la historia de la traducción siempre ha existido una discusión entre los que avalan la lealtad al autor y los que apoyan al lector. En general la idea que prevalece hoy es la segunda, dado que lo que se quiere conseguir es que el texto suene natural, tanto en la lengua original, como en la de llegada. Con mucha frecuencia ocurre que los traductores tienen que enfrentarse a un texto que en realidad es a su vez la versión traducida, a veces no muy fiel, de otro texto. El traductor, en lo posible, tiene que intentar superar el obstáculo de la doble traducción e intentar hacer que su versión sea lo más similar posible al original. Se utiliza a veces una llamada «lengua puente».
Si, por ejemplo, el traductor tiene que traducir un texto donde los idiomas en cuestión son del grupo llamado «lenguas raras» no será fácil encontrar un traductor que domine perfectamente las dos lenguas y, al mismo tiempo, el objeto de la materia tratada. Así que el traductor deberá confiar en la traducción de otro, y casi siempre la lengua puente será el inglés. Esto se debe a que el inglés es considerado como el idioma más internacional y más extendido sobre todo a nivel comercial.
¿Qué necesita un buen traductor?
La traducción es un acto comunicativo, pero esto no significa que esta siempre se lleve a cabo de manera eficaz. Para conseguirlo es necesario que quien lee posea las mismas bases lingüísticas y extra-lingüísticas que quien traduce. Esto depende mucho del trabajo del traductor. Cada traductor tiene sus propios recursos, sus fuentes, posee sus experiencias y métodos. Cada traductor es diferente. De todas formas, aunque cada uno tenga su propio estilo y ritmo, y siga sus propios patrones y procedimientos, todo traductor pasa siempre de la fase de comprensión del texto a la de expresión del texto. Es decir, lee un texto, lo analiza, comprende y después traduce las diferentes unidades de significado que lo integran en otras unidades de significado en la lengua de destino.
Traducir no es una tarea sencilla y requiere más trabajo que una simple transferencia de palabras de un idioma a otro. Exige un conocimiento perfecto tanto de la lengua de partida como de la de llegada, una excelente cultura general y un elevado dominio del tema objeto de la traducción. Además de estos requisitos, hay traducciones que presentan problemas de naturaleza interpretativa, tan complejos de resolver que algunas veces llevan al traductor a cometer errores, a veces graves.
Pues, a menudo el sentido de las frases está tan unido al contexto cultural en las que se han creado que resulta prácticamente imposible hacer una traducción equivalente capaz de mantener el mismo sentido del texto de origen.
¿Qué tendría que hacer el traductor en estas situaciones?, ¿Es mejor traducir literalmente para no traicionar la idea del autor del texto, pero con el riesgo de perjudicar la calidad de la traducción, o es preferible encontrar una alternativa más cercana que tenga sentido en la lengua de llegada, aunque la versión traducida modifique un poco la idea del texto original?
Yo, como seguro muchos traductores, contestaría a esta pregunta diciendo que mi objetivo es comunicar la misma idea del texto original. Para alcanzar este fin es importante traducir teniendo en cuenta a los que serán los beneficiarios de la traducción o sea los lectores nativos de la lengua de llegada. Por supuesto también es fundamental que el traductor sepa gestionar bien su especialidad, o, lo que es lo mismo, el tema del texto.
Ciertamente no podemos ser profesionales en todos los campos y al mismo tiempo ser también traductores, por eso, a ser posible, cuando traducimos tenemos que poder contar con la ayuda de profesionales distintos. No olvidemos que en la mayoría de los casos es el cliente el mejor profesional posible que puede darnos toda la información que necesitamos. Aunque tampoco debemos olvidar que no siempre el que pide la traducción y el que ha escrito el texto son la misma persona.
El traductor tiene que intentar ir más allá de las palabras originales, tiene que intentar reconstruir aquel significado latente en las palabras que a veces el autor consigue transmitir solo en parte.
El traductor se enfrenta a diario con términos o expresiones cuya traducción presenta dificultades. A veces la dificultad consiste en el hecho de que no conseguimos encontrar una traducción correcta, muchas veces encontramos demasiadas y no sabemos cuál elegir. Una fuente que nos confirme la exactitud de la traducción del término en cuestión es de suma importancia. Generalmente, el que sabe buscar, puede encontrar la confirmación que necesita en documentos previamente traducidos o en Internet.
Dicho con otras palabras, el trabajo de traducción consiste en acercarse progresivamente a un texto que sea, en la lengua de llegada, el reflejo más fiel posible de lo que un cierto texto era en la lengua de partida. Algunas palabras son muy claras en su traducción, mientras otras requieren de más trabajo y reflexión.
Método de traducción
Personalmente, cuando tengo que traducir un texto prefiero, antes de nada, leer el texto de manera bastante general para comprender cuál es el tema en cuestión para empezar después un análisis más pormenorizado de aquellos elementos que podrían resultar difíciles de «enfrentar». Es decir: términos, frases, expresiones cuyo significado o cuya traducción no es inmediata y que, por esta razón, decido marcar.
Terminada esta etapa más analítica empiezo una búsqueda sobre el tema, sobre todo si se trata de algo poco familiar o técnico, a través de distintas herramientas que se pueden encontrar en la red como glosarios, artículos, textos similares, traducciones precedentes, todo para alcanzar una idea más clara sobre cómo enfrentarme a la etapa de traducción. Aquí empieza la primera redacción del nuevo texto.
Son muy útiles las herramientas de que dispone Word. Por ejemplo, en mi caso marco en rojo las palabras o frases con cuya traducción no estoy plenamente satisfecha y subrayo o separo con una línea las posibles traducciones de un nombre, adjetivo o verbo para elegir después la que parece más adecuada. Esto para que la segunda vez que leo el texto pueda tener una orientación para seguir adelante, mejorando. Trato de redactar el texto completo para mantener el hilo del tema tratado, intentando no estancarme mucho en los detalles.
Una vez terminada la primera redacción sigo adelante sondeando el texto frase por frase, párrafo por párrafo, para darle la mayor calidad posible desde un punto de vista estilístico, buscando las mejores soluciones para que la traducción resulte lo más natural posible al lector. Durante esta etapa, para mí es importante trabajar con ambas versiones, la original y la traducción. Sólo en la última etapa, dejo a un lado el original, intento olvidarlo, para poder revisar con atención la traducción, poniéndome en el lugar de un lector cualquiera, un lector que no conoce el original y que tiene que comprender el texto tal como se le presenta.
Creo que es la única manera de garantizar la mayor naturalidad posible, que solo un texto original puede tener. Pues la tarea del traductor consiste en transferir los conceptos desde la lengua de partida hasta la de llegada empleando las mismas expresiones que emplearía una persona de lengua materna en la misma situación comunicativa. De todas formas cuando hay referencias, hechos, circunstancias o simplemente objetos en la lengua de partida que no existen en la lengua de llegada, cumplir este principio es imposible. De hecho, a veces resulta casi imposible traducir manteniendo una relación 1:1 entre las palabras del texto de partida y las del texto de llegada, es decir, remplazar una única palabra en el texto de partida por otra única palabra en el de llegada.
En este sentido surgen muchos interrogantes sobre si es oportuno traducir permaneciendo más pegados al texto de partida o si es mejor priorizar el texto de destino y así alejarse más del original.
Según la primera idea, la prioridad del traductor es ser lo más fiel posible a la forma del texto original. Quien traduce tiene que reproducir todos los elementos estilísticos del original, emplear el mismo tono y registro. Tiene que mantener inmutados todos los elementos culturales y en algunos casos obligar a la lengua de llegada a tomar la forma dictada por el texto de origen. El traductor debe, ante todo, intentar no traicionar el lenguaje empleado por el autor y, si puede, tiene que hacer llegar el sentido del mensaje.
Por otro lado, según la segunda idea, se hace necesario priorizar la exactitud del mensaje en detrimento del estilo, si fuera necesario. Para hacer llegar el mensaje, la traducción tiene que sustituir los elementos culturales del texto original por elementos culturales más conocidos por los lectores de la lengua de llegada, aunque no sean totalmente equivalentes. Lo más importante es el sentido del mensaje que el autor quiere transmitir. El traductor tiene que hacer llegar aquel mensaje al lector de la lengua de llegada de manera natural. La fidelidad al lenguaje, registro y tono empleados por el autor del texto original llega a ser secundaria. Se trata de dos visiones totalmente opuestas, aunque en el medio encontramos posiciones menos radicales.
La traducción no es una ciencia exacta y por lo tanto cada vez que el traductor se enfrenta a su trabajo tiene que identificarse con el autor en primer lugar, para entender cuál es el mensaje que quiere transmitir y en segundo lugar, tiene que identificarse con el potencial lector y emplear un lenguaje que le permita comprender fácilmente este mensaje.
Para conseguir su tarea, el traductor tiene que evitar permanecer estancado en esquemas rígidos, por el contrario, tiene que abrir su mente, hacerla más flexible y emplear el sentido común. Así, si en el caso de una ley o de un texto técnico tiene que priorizar la mayor proximidad posible al significado del texto original, la traducción literaria puede alejarse un poco del significado exacto para conservar el estilo y la métrica del texto original. Hay, pues, situaciones en las que hace falta emplear notas explicativas, por ejemplo con los juegos de palabras, las palabras que se parecen en la lengua original pero no en la de llegada, refranes o conceptos típicos de la lengua y de la cultura de origen que no tienen equivalentes en la lengua de llegada.
Herramientas
Entre las herramientas que el traductor puede emplear está la traducción asistida. Esta herramienta permite crear una memoria de traducción. El texto traducido está así archivado en la memoria. La primera etapa consiste en la segmentación del texto original y traducido. Esta herramienta resulta muy útil a la hora de traducir manuales técnicos o documentos legales porque permite reducir notablemente los tiempos y de mantener una coherencia a nivel de terminología y estilo en todo el texto.
Errores en traducción, valoración de la traducción
Aunque el objetivo principal del traductor sea la perfección de su traducción, hay veces en que se cometen errores. Según mi opinión se podrían distinguir dos clases de errores; el primer tipo son los que disimulan muy bien la condición de error y que no comprometen el texto. Por ejemplo el uso de palabras no muy naturales pero no incorrectas en el idioma de llegada, una estructura semántica comprensible pero no natural para un lector nativo, errores que se perciben solo a través de un análisis pormenorizado y que escapan a una lectura rápida. Y, por otro lado, están los más graves, los que comprometen el sentido del texto y los errores gramaticales.
Creo que es difícil establecer unos criterios objetivos para valorar una traducción buena o menos buena. No existe una traducción perfecta, cada traductor puede elaborar una traducción buena pero totalmente distinta de otra. Así que podemos decir que un parámetro es la fidelidad, por un lado, a lo que ha expresado el autor, y por otro lado, el respeto al lector, a lo que él espera del texto traducido. Otra manera puede ser fijarse en los tipos de errores, y en su gravedad.
Un texto puede, por tanto, generar infinitas versiones y el hecho de que una sea muy diferente de otra no implica que una sea buena y la otra no. Sin duda existen traducciones buenas, regulares y pésimas, y por ello hay algunos criterios que hay que respetar: La traducción tiene que contener todos los párrafos y frases del documento original, de otra manera la traducción estaría incompleta porque no tiene todas las ideas que el autor quería transmitir en un principio. La traducción no puede alterar de manera evidente ningún concepto del original. No se pueden admitir errores de gramática ni de ortografía.
La traducción tiene que resultar lo más fluida posible, aunque acercándose lo máximo posible a la sintaxis del original. Esto permite una lectura más agradable, una mejor comprensión del texto y, a la vez, alcanzar el objetivo final: transmitir la idea original.
En cuanto a la diferencia entre un traductor bueno y otro menos bueno, no es sencillo marcar una línea exacta. Un traductor bueno no siempre hace traducciones perfectas y uno menos bueno, nunca hará traducciones muy buenas.
Podemos decir que para que se pueda considerar que un traductor es bueno, tendría que entender de la manera más exacta posible el texto que va a traducir y conseguir redactar un texto nuevo lo más exhaustivo posible, que permita al lector final entender el mensaje y el significado sin caer en malentendidos y sin que surjan dudas.
Una traducción buena será clara, transparente, no fomentará malentendidos y pasará un poco desapercibida, será natural.
Conclusión
Para concluir, creo que la traducción es necesaria o, mejor dicho, indispensable para comunicar, para acercar un concepto a personas que pertenecen a realidades culturales distintas. Un elemento importante para mí es la toma de conciencia de que cada acto comunicativo conlleva un residuo comunicativo, un concepto, palabra, expresión delante del cual nuestra traducción parece pararse, estancarse; donde parece imposible seguir adelante con la traducción. Así que es fundamental tener la capacidad o habilidad de ver cuáles son las partes del mensaje que podrían no entenderse y qué herramientas se podrían utilizar para compensar ese residuo.
Entonces hay que prestar atención al lector, al contexto; porque cada discurso que hacemos, escrito o verbal, está dentro de un contexto cultural que influye sobre el del discurso. Es como si hubiera una frontera que une dos culturas y las separa al mismo tiempo, haciendo surgir las diferencias y para mí es aquí, en esta frontera, donde se desarrolla la traducción.
Escrito por:
Debora Tasca, traductora e intérprete
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