Si controlas el lenguaje pero no la intención que hay tras él, algo puede estar fallando…
Por Miki Kashtan
Cuando descubren la CNV (Comunicación No Violenta), muchas personas se sienten tan entusiasmadas por el abanico de posibilidades que se abren ante sus ojos que intentan utilizarla inmediatamente en todos los ámbitos. Con bastante frecuencia, los resultados pueden ser desastrosos, pues mucha gente experimenta la CNV como algo sumamente extraño. Aquí tenemos algunos ejemplos de lo que la gente dice cuando el interlocutor aplica la CNV:
- «Es como estar viviendo con un completo desconocido.»
- «No uses el rollo ese de la CNV conmigo.»
- «¿Qué te pasa? ¿Es que no puedes hablar normal?»
- «Suenas muy clínico.»
- «¿No puedes simplemente ser sincero conmigo y contarme lo que realmente te ocurre?»
Desde mi punto de vista, el problema fundamental es que la gente se enamora de lo que la CNV puede aportar a sus vidas y al mundo, atribuyendo ese milagro más al lenguaje que utilizan que al cambio de conciencia que precede a la elección de las palabras. Como resultado, utilizan el lenguaje de la CNV en sus interacciones con los demás en lugar de verla como una herramienta práctica diseñada para la integración de unos principios y para valernos de ella en los momentos difíciles. Debido a lo poco intuitivo de esa distinción entre el lenguaje y la conciencia subyacente, quiero explicar con cuidado esta paradoja.
Buscando la integración de las ideas
Casi todas las personas con las que he estado en contacto perciben y viven inmediatamente el poder de la CNV cuando la usa alguien calmado, con experiencia y presente en el momento de su uso. Incluso las personas que, están totalmente en desacuerdo con las premisas de la CNV, especialmente con la idea de dejar de lado la categorización de todo en bueno o malo, son capaces de sacar un beneficio inmediato al ser escuchadas.
Sin embargo, alcanzar el nivel de dominio que permite dicha presencia y fluidez requiere algo más que simple destreza con la forma de hablar según la CNV. Hasta que integramos las premisas de la CNV, la distancia entre palabras y conciencia se vivirá probablemente como falta de autenticidad, y justamente esto es lo que luego la gente vive como algo desagradable.
Esta distancia aparece debido a la combinación de dos factores. Uno es la dificultad de usar una forma de hablar nueva y desconocida. Probar algo nuevo muy probablemente ocasione inseguridad y malestar, especialmente si te encuentras en tensión con otra persona. Cuando nos sentimos molestos y lo escondemos, el otro lo vive como algo falso. Siempre que trabamos de ocultar nuestro malestar, el otro lo vive así.
El otro factor que contribuye a la distancia deriva más directamente de lo diferente de nuestras palabras y nuestros pensamientos. Si usamos palabras empáticas y a la vez juzgamos a la otra persona, o cuando hacemos que algo parezca una solicitud cuando en realidad es una exigencia, creamos tensión interna. Las palabras empáticas o nuestra solicitud probablemente vengan acompañados de tensión en los movimientos y la postura de nuestro cuerpo y en nuestro tono de voz. Si añadimos a todo esto nuestra preocupación habitual por «hacerlo bien», la posibilidad de conectar se reduce incluso aunque estemos intentando llegar a un nivel de conexión mayor con una técnica que hemos visto que funciona.
La integración aborda estos dos factores al mismo tiempo. Si conseguimos que nuestro lenguaje sea fluido, es menos probable que sonemos torpes. Podemos hablar poética y creativamente incluso usando el lenguaje de las necesidades si tenemos el dominio y la destreza. Para ello, mientras entablamos una conversación, deberemos preocuparnos realmente por el bienestar de los demás, aun estando en conflicto con ellos, y tendremos que ser capaces de estar abiertos a soluciones que en un principio no eran las que buscábamos.
Práctica y vida
La integración no se produce de un día para otro, ni tampoco por sí sola, por mucho que nos encanten las nuevas ideas. La integración surge de la práctica. Por eso, la gente que descubre la CNV se siente atraída tan a menudo por los que ya la conocen, pues así pueden practicar juntos. No me cabe duda de que practicar esta forma de comunicarse en un escenario, donde todos tienen el mismo propósito, ayuda a la integración de los principios de la CNV (lo cual realmente constituye el eje de la CNV). En mis cursos de CNV pido a la gente que no use la CNV cuando están fuera de dicho escenario, del grupo de prácticas. Fuera de este, les pido que se centren solamente en aquello que, a cada momento, tenga mayores probabilidades de conducir a un resultado que cubra las necesidades de todos.
Ojalá fuera tan fácil. La gente sigue aferrándose al lenguaje porque es algo concreto y se siente más segura al usarlo como «muleta», sin darse cuenta de que está perdiendo su recurso más valioso: la autenticidad del propósito de su corazón.
Respetar las decisiones de los demás
Siempre me alegra ver que parejas o equipos de trabajo vienen juntos a una práctica. Esto se debe a que la relación en la que se encuentran les proporciona un contexto natural para practicar juntos, con consentimiento mutuo. A menos que tengamos un escenario de práctica designado o un acuerdo explícito con otra persona que acepta nuestros propios esfuerzos de novato para aprender una nueva manera de conectar y comunicarnos, estamos, efectivamente, practicando sobre otra persona y no con ella.
Esto no significa que no debamos usar nunca la CNV excepto cuando la hemos integrado completamente o cuando estamos en nuestro escenario de prácticas. También podemos pedir permiso a alguien en el momento que la necesitemos, podemos expresar nuestro deseo de probar algo con un posible beneficio para ambos. Podríamos decir algo como: «Soy consciente del número de veces que hemos tenido esta misma conversación con pésimos resultados. Me gustaría probar algo diferente. Soy bastante nuevo en esto y puede que suene forzado, pero creo que puede ofrecernos nuevas alternativas para resolver esta difícil situación. ¿Te parece bien que lo pruebe?». De este modo, hay muchas más probabilidades de que lo que estamos haciendo despierte en la otra persona simpatía en lugar de molestar.
Adaptarse al contexto
Trasladar la CNV al escenario de un lugar de trabajo no es lo mismo que usar la CNV en una relación personal o terapéutica. Dado que he utilizado la CNV en estos y otros contextos, sé muy bien cuánta transparencia, resistencia y creatividad hacen falta para moverse a través de estas diferencias.
La mayoría de la gente aprende CNV en el contexto de un taller, en el cual casi siempre se centran en las relaciones personales o en su propia sanación. La sanación opera a un nivel de confianza elevado y suele conllevar un acuerdo implícito en lo que al nivel de vulnerabilidad y profundidad se refiere. Extrapolar la CNV de este contexto a otros entornos en los que se mantiene las distancias y la gente no acostumbra a mostrarse vulnerable presenta ciertas dificultades específicas.
Por ejemplo, cuando alguien en el trabajo expresa su frustración o cuenta chismes sobre otra persona, una respuesta empática modelada en base a lo que se trabaja en los talleres, además de sonar poco natural si no está bien integrada, también corre el riesgo de estar invitando a la otra persona a llegar a un nivel de vulnerabilidad al que simplemente no tiene por qué querer llegar. La persona en cuestión, como todas, quiere ser escuchada y que se la comprenda. De no ser así, no hablaría. Sin embargo, conseguir que se le escuche y comprenda no es lo mismo que sacar a relucir los más profundos pensamientos y necesidades.
Por ello, en diferentes contextos, el método para que la otra persona se sienta escuchada variará. Necesitamos ser flexibles y centrarnos en nuestro corazón más que esforzarnos ansiosamente en recordar las palabras «correctas».
La paradoja de una práctica basada en el lenguaje
Finalmente, espero que la gente que aprende CNV adopte una relación paradójica con la elección de palabras específicas, pues forma parte de la práctica. Mi propio compromiso de acercar la CNV al mundo se basa en el deseo de transformar cómo nos vemos y nos relacionamos con nosotros mismos, así como nuestra forma de ver a los demás y al mundo natural del que formamos parte, y de relacionarnos con ellos.
Me gustaría que llegásemos a una moralidad que no dependa de las rígidas nociones de lo que está «bien» y lo que está «mal», y que apoye unas estructuras e instituciones sociales que se ocupen de las necesidades humanas principalmente. No es mi objetivo crear un mundo donde todo el mundo hable de la misma manera y use las mismas palabras, es más, no me gustaría que fuera así. Imagino que se podrían alcanzar muchos cambios sólo planteando, sin que nadie cambie su forma de hablar, la pregunta: «¿Qué podemos hacer para obtener un resultado con el que todos estuviésemos conformes en esta situación?».
Al mismo tiempo, creo firmemente en la práctica como un camino seguro hacia el cambio, el dominio y la libertad. Desde mi punto de vista, la genialidad que Marshall Rosenberg trajo al mundo (ideador de la CNV) es una práctica que utiliza formas del discurso muy específicas en una secuencia también específica y que así conduce a un cambio de conciencia. La idea es: Utiliza el lenguaje y, con el tiempo, ganarás un profundo conocimiento de ti mismo y más libertad de elección. Interpreta un papel en un grupo de prácticas y, con el tiempo, obtendrás facilidad para recordar las necesidades de la gente cuando estés en conflicto con los demás.
Espero que se unan a mí otros que aprecien la práctica y sus posibilidades transformadoras al mismo tiempo que reconocen que la vida no es un grupo de prácticas. Fuera del escenario de prácticas, espero que todos podamos recordar los principios básicos que nos mueven, y centrarnos sólo en cómo adaptar nuestras acciones y palabras a los deseos más profundos de nuestro corazón y a nuestros valores fundamentales.
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Traducción del original publicado el 14 de junio de 2012 por Miki Kashtan en Acquired Spontaneity
Texto original: www.psychologytoday.com/blog/acquired-spontaneity/201206/basic-pitfalls-using-nvc
Traducido por Fátima Casero Rodríguez. Revisado por Adrián Pérez Montes.
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