Cuando yo tenía siete años y mi hermana Amy cinco, estábamos jugando en nuestra litera y ella se cayó; para evitar que siguiera llorando y que así no me regañaran le dije las siguientes palabras: “Amy, Amy, espera. No llores, no llores. ¿Has visto cómo has aterrizado? Ningún humano puede hacerlo así, a cuatro patas. Amy, creo que esto significa que eres un unicornio”.
En ese momento, mi pobre hermana, manipulada por mí, se enfrentó al conflicto mientras su pequeño cerebro intentaba procesar el dolor y el shock que acababa de sufrir, a la vez que consideraba su nueva identidad de unicornio. Esta última triunfó y mi hermana sonrió y volvió a subir a la litera a pesar de tener una pierna rotaContinue Reading